¿Te has preguntado alguna vez porqué viajas en vacaciones? Una de las respuestas habituales es que buscas descansar después de un año de trabajo duro. ¿Podrías asegurar que realmente lo consigues? Porque muchos viajes y vacaciones se han transformado en una maratón de visitas luchando contra el reloj para cumplir itinerarios imposibles. Éste es un buen momento para descubrir otra forma de ver el mundo y viajar con calma, lo que se conoce como slow travel.
Y no necesitas ir muy lejos, en España ya tenemos 10 municipios adheridos a esta filosofía.
¿Me acompañas a conocer estos rincones ideales para descubrir, disfrutar y descansar?
El movimiento Slow (lento), nace en Italia en los 80 focalizado en principio en la gastronomía. Es el contrapunto al fast food, la comida rápida inventada en USA con la que (casi) todos habremos pecado alguna vez.
En 1999 se ensancha al turismo y aparece Cittaslow, ciudad lenta, tanto que su logo es un caracol. De este modo quiere ampliarse esa cultura a lugares donde el concepto de buen vivir sigue vigente. Y el ritmo pausado marca la diferencia.
Ese modelo de cuantos más turistas, mejor, empieza a quedarse obsoleto.
El enorme impacto medioambiental que produce el turismo de masas ya no deja indiferente al ciudadano. Los valores contemporáneos han cambiado radicalmente y lo que ayer molaba, hoy nos parece difícil de digerir.
Queremos viajar pero no dejar nuestra huella en el ecosistema, ni invadir en forma de horda ciudades maravillosas convertidas en parques temáticos.
Hoy las opciones son múltiples, las tecnologías nos ayudan a encontrar itinerarios, alojamientos y lugares con mucha facilidad. E incluso ya existen operadores turísticos que apuestan por esta forma de conocer el mundo.
Explorar con sosiego y tranquilidad, ver menos para ver más, acercarse a la forma de vida autóctona y disfrutar de la gastronomía.
Las ciudades que se adhieren a este movimiento tienen varias premisas en común. Como la conservación del patrimonio natural y cultural, la presencia de centros históricos peatonales o el fomento del turismo sostenible. Pero sobre todo evitan las prisas y el estrés, con todo lo que conlleva.
Por eso cada vez más gente las elige para viajar con calma, reivindicando su derecho a tomarse la vida con tranquilidad. Y a disfrutar de las vacaciones sin ser un esclavo del reloj o los itinerarios prefijados.
En definitiva, dejarte llevar significa vivir una experiencia gratificante para guardarla en tu memoria y no solo en tu red social.
En el suroeste de la provincia de Bizcaia, a orillas del río Cadagua, se encuentra este hermoso pueblo, nexo de unión con Castilla y León. Se la considera patrimonio cultural e histórico del País Vasco, ya que fue la primera villa del Señorío de Bizcaia, allá por 1199, nada menos.
La armónica fusión de un casco histórico medieval, cuidado con mimo, y una naturaleza desbordante hacen de Balmaseda un destino vacacional de primer orden. Siempre y cuando tengas presente que la tranquilidad es otro de los sellos que la identifican.
Bosques de cuento, gran cantidad de cursos de agua y vetas de hierro conforman el espíritu natural de este pueblo recostado en el monte Kolitza. Y un legado cultural ligado a su situación fronteriza con la meseta, enriquecido a lo largo de los siglos por el trasiego de gentes de distinta procedencia. Hasta un tramo del Camino de Santiago pasa por el municipio haciéndolo aún más atractivo.
El Puente Viejo, medieval y con 3 arcos, es una de las construcciones más antiguas de Balmaseda. Pero no la única digna de ver, el casco histórico está lleno de maravillas para conocer y explorar. Iglesias, palacios y monasterios nos devuelven a una época en la que las prisas no tenían sentido ni razón.
También se celebra un mercado medieval ambientado hasta el mínimo detalle, por no hablar de la gastronomía. Estamos en el País Vasco, no hace falta agregar nada más. Salvo que, si puedes ir sobre el 23 de octubre, disfrutarás de una de sus grandes fiestas, el Día de las Putxeras. Se trata de un concurso donde se prepara un guiso típico elaborado en grandes pucheros, según la tradición.
Algo ligerito: alubia roja, chorizo, morcilla y tocino cocidos a fuego lento, muy en sintonía con la filosofía Slow.
Nada que no puedas permitirte al viajar con calma.
Muy cerca del bullicio de Barcelona, pero afortunadamente mal comunicado, Begues nos descubre un paisaje desconocido y mágico en el Baix Llobregat.
También conocido como el municipio del silencio, el pueblo guarda un tesoro que pocos conocen, su impresionante patrimonio arqueológico y geológico. Además es la puerta al Parque Natural del Garraf, un paraíso de vegetación que se puede disfrutar desde el mirador de El Mur.
Su historia se remonta a 11.000 años atrás y no he escrito ningún 0 de más, lo juro. Esta época se conoce como el Epipaleolítico y por allí vivieron cazadores y recolectores que dejaron su huella en la región.
También los que vinieron después y de esto hay un ejemplo muy curioso. Aquí se han encontrado las moléculas de cerveza más antiguas de Europa. Hoy en día el Instituto de la Cerveza Artesana, en Barcelona, reproduce casi exactamente la misma bebida, usando los ingredientes de la época.
Para los aficionados a la geología existe una ruta de 4 km que sigue el relieve cárstico, con una parada estrella en la Cueva de San Sadurní. Es uno de los yacimientos prehistóricos más importantes de Cataluña donde vivían y morían nuestros antepasados. Varias necrópolis de distintas épocas así lo atestiguan. Las visitas guiadas por especialistas merecen mucho la pena.
Entre los encantos del pueblo sobresalen sus edificios modernistas y novecentistas, en particular la Casa de la Vila. Una joya de la arquitectura que merece la visita por sí misma. Además de bares y restaurantes donde degustar el producto local como las alcachofas y los espárragos.
En resumen, un remanso de paz y sosiego, un sitio perfecto para viajar con calma.
Si bien es cierto que la mayoría de los lugares donde practicar el slow travel están en el interior, cada vez hay más municipios costeros que se adhieren. Son aquellos que prefieren un turismo sostenible a la masificación que la playa en España sufre con más o menos fortuna.
Y aquí está lo interesante, el haber preservado su esencia es lo que hace a Begur tan atractivo para cualquiera que quiera descubrir, disfrutar y descansar.
Esta pequeña joya del litoral catalán, en pleno corazón de la Costa Brava y el bajo Ampurdán, es el sueño del viajero slow. Un sitio donde parece que el tiempo se ha detenido en sus casas de estilo colonial, colgadas en pequeños acantilados.
Dominado por su castillo, la vista se pierde en un paisaje de pinos y casas blancas que llega hasta el mar. Sobre todo en primavera y otoño, estaciones mucho más recomendables que el verano para disfrutar de una naturaleza espectacular.
A Begur hay que descubrirlo despacio, desde su delicioso casco antiguo hasta las ocho calas y playas que jalonan el litoral. Sin perderse las fantásticas casas de indianos repartidas por las calles. Muchos nativos tuvieron que emigrar a Cuba en el siglo XIX y se trajeron, además del dinero, la arquitectura típica de las plantaciones.
Otro punto fuerte es la gastronomía, muy importante en este tipo de viajes pensados para disfrutar. Se basa principalmente en el pez de roca, que en este punto del litoral es especialmente sabroso y de gran calidad. Además de una excelente cocina tradicional y marinera, que incluye los famosos platos de “mar y montaña”, puro deleite para el paladar.
Sin perder de vista lo más importante, viajar con calma para integrarse en lo autóctono y llevárselo puesto.
Este rincón de la Alpujarra granadina, colgado del barranco de Poqueira, aparece en todas las reseñas de “los pueblos más bonitos de España”. A pesar de eso, no vas a encontrarte con multitudes cuando lo visites, la vida allí transcurre en modo slow, sosegada y tranquila.
Aunque ha sido declarado Conjunto Histórico Artístico y Bien de Interés Cultural, conserva aún ese aire bohemio que convierte a las Alpujarras en un imán para artistas. No sé si es por sus casas blancas, arracimadas en los perfiles escarpados del terreno y tan parecidas a las del Magreb. O porque su orientación hacia el Mediterráneo suaviza el clima del Parque Nacional de Sierra Nevada, al que pertenece.
Quizás sea por esas vistas increíbles que en los días claros permiten vislumbrar la costa africana a través del mar desde sus 1300 m de altura.
La disposición del pueblo, desparramado ladera abajo, hace que desde la carretera sea difícil imaginarlo. La maravilla se encuentra callejeando sus cuestas, entre “tinaos” y casas de arquitectura bereber, dejándose llevar por la magia del lugar.
Siempre a ritmo lento, como corresponde a un municipio en el que el turismo sostenible se vive y se respira.
Las fuentes y los antiguos lavaderos aportan la música del agua, tan presente en la cultura musulmana y que contribuye a integrarse plenamente en el lugar.
A pesar de su pequeño tamaño, Bubión cuenta con dos museos y una bonita iglesia parroquial. Pero creo que lo mejor es su ambiente relajado, la estupenda y original gastronomía local y la posibilidad de hacer senderismo y paseos a caballo por el entorno.
El sitio ideal para reconectar, integrarse y reivindicar que viajar con calma es una de las mejores alternativas para nuestras vacaciones.
¡Esto es increíble! ¿Una ciudad slow en Tenerife?
La Villa de La Orotava es eso y mucho más. Un lugar lleno de encanto cuyo casco antiguo está declarado Conjunto Histórico Artístico y que, como guinda, tiene los espacios naturales del Parque del Teide. Nada menos.
El aire señorial que se respira en sus calles se debe a que fue allí donde las grandes familias de la isla construyeron sus palacios. Y los conservaron en perfectas condiciones, de ahí que la ciudad tenga uno de los mejores patrimonios históricos y artísticos de Canarias.
Lo ideal es acercarse a ella por la carretera convencional para asomarse al valle desde el Mirador de Humboldt, donde la vista te impresionará. Dicen que es la mejor de Canarias, no solo de Tenerife y razón no les falta. Desde allí se puede ver la ciudad en medio del valle, inconfundible por sus torres y cúpulas, los colores pastel de sus fachadas y el rojo de los tejados.
Cuando llegas te das cuenta de que aún es más bonita de cerca, un delicado encaje entre el mar y el Teide con mucha solera. La Orotava está repleta de edificios singulares, construidos al estilo canario, es decir mezclando varios en un mismo inmueble. Mudéjar, neoclásico y barroco conviven en armonía y resultan espectaculares.
La madera está presente en casi todos ellos y junto a la cal, la piedra y la teja conforman los materiales de la ciudad. Sin olvidarnos de los jardines, que abundan en las casonas y palacios.
Si a todo eso le sumamos la contundencia de la cocina canaria, heredera directa de África y América del Sur, la tentación está servida.
Una experiencia diferente y en armonía con el entorno para descubrir, disfrutar y descansar.
En la costa vizcaína, mirando de frente al Cantábrico, se esconde uno de los pueblos más bonitos del País Vasco. Lekeitio es fundamentalmente marinero, pero también una magnífica muestra de cómo la arquitectura popular puede mezclarse con los palacios sin sonrojos.
Esta villa plagada de historia y con una naturaleza desbordante, tiene hasta una isla a la que se puede llegar caminando en bajamar. Y un puerto con mucho encanto, un casco antiguo de trazado medieval, playas estupendas, un faro que no te puedes perder y mucho más.
Entre otras, las regatas traineras, toda una institución en Lekeitio y por supuesto, una gastronomía sublime que es quizás verdadero lujo de la costa vasca.
Seguramente te asombrará uno de sus monumentos más atractivos, la Basílica de la Asunción de Santa María, que parece una catedral. Una impresionante combinación de arbotantes, gárgolas y pináculos, más propia de una gran ciudad que de un pueblo con siete mil y pico de habitantes.
Como en todo sitio, lo mejor es pasear sin rumbo fijo, dejar que el lugar se muestre sorprendiéndote en cada esquina. Algo que sucederá, porque mientras recorres el barrio de pescadores te vas a encontrar con un buen número de casas señoriales, algunas impresionantes.
Personalmente, me encanta el puerto y su ambiente, el olor a mar, el viento, los pescadores bajando las capturas y las vistas desde el rompeolas.
Y algo que no suele faltar en esta zona del mundo, varias rutas de senderismo a cuál más estimulante para los que nos gusta andar.
¿Sabes cuál es el resultado final? Un verdadero destino slow muy apreciado por los amantes de viajar con calma.
En el extremo norte de la provincia de Castellón nos espera uno de los pueblos más bonitos de España.
Antes de llegar a Morella, ya te cautiva. Surge en el paisaje como una gigantesca tarta medieval amurallada y coronada por su formidable castillo, a 1000 m de altura.
Su impecable estado de conservación le ha valido la declaración de Conjunto Histórico-Artístico. Pero aunque la visiten muchos turistas al año, nunca te sientes agobiado.
La razón es que solo puedes recorrerla a pie, metiéndote de lleno en un baño de relax donde manda el peatón. Y como hay mucho que subir, conviene hacerlo con calma.
Nada menos que 2km de muralla la rodean completamente, además de 7 puertas y 10 torres, destacando las de San Miguel, entrada principal a Morella. Una vez dentro tendrás la sensación de haber viajado hacia atrás en el tiempo. Con el agradable contrapunto de que casi todos los vecinos viven dentro de la zona amurallada, convirtiéndolo en un pueblo palpitante y no un museo para turistas.
Hay mucho que ver en Morella, empezando por el castillo, donde íberos, romanos, musulmanes y cristianos dejaron su huella en esta impresionante fortaleza. Pero también iglesias, conventos y palacios que encontrarás sembrando las calles adoquinadas de arte e historia.
Rodeada de bosques, montañas y barrancos, la naturaleza que la rodea es especialmente atractiva y cambia radicalmente según las estaciones. Muy interesante resulta la ruta de senderismo que circunvala toda la ciudad por fuera de las murallas y descubre un paisaje diferente.
Como todo pueblo slow, el comer y beber están muy bien representados, con el producto autóctono como estandarte. Pero también con una cocina vanguardista que ha cobrado mucha importancia en los últimos años, basada sobre todo en la trufa y las setas.
No te olvides de los miradores, hay varios pero destaca el de la Plaza de Armas, en el castillo. Desde allí el panorama de los tejados y la montaña es impresionante e inolvidable.
Como todo en Morella, un sitio perfecto para viajar con calma.
Otro pueblo vizcaíno (y van tres), adherido a las municipios slow y cercano a Bilbao, es Mungia.
Genuino defensor del patrimonio cultural vasco, está formado por un núcleo principal y 9 barrios con personalidad propia. Cada uno de ellos tiene su santo patrón, su ermita y sus fiestas, delimitados por pequeños riachuelos y a veces sin nada. Solo los vecinos saben dónde empieza uno y termina el otro.
Muy castigada por los bombardeos durante la guerra civil, sin embargo conserva muchos caseríos en sus barrios, erigidos entre los siglos XVI y XVIII. Uno de ellos, el de Landetxo Goikoa, construido con una calidad impensable para la época, está considerado el más antiguo de Bizcaia.
También existen dos puentes románicos y molinos de agua que merecen una visita, así como varios edificios históricos en el núcleo principal.
Los productos de la tierra son las estrellas de su gastronomía, destacando especialmente las alubias, los chorizos y las morcillas. Todo al estilo vasco, cantidad y calidad aseguradas.
El entorno es muy agradable, abundan los riachuelos y manantiales subterráneos para disfrutar de la naturaleza y el paisaje con tranquilidad.
En plena Costa Brava, muy cerca de Begur, existe un pueblo que ha sabido conservar su esencia medieval de una manera notable. Una joya de piedra arenisca que refleja la luz en un abanico de ocres y dorados, prácticamente inalterada a lo largo del tiempo. El románico, el gótico y el barroco conviven apaciblemente en un lugar que transmite paz y serenidad nada más poner un pie en él.
Pals aparece en la cima de un monte, rodeado de la naturaleza única que lo caracteriza. Los campos de arroz que llegan prácticamente al mar, herederos de los pantanos de antaño, le brindan su alimento estrella.
Una playa larguísima de arena fina, muy apropiada para los deportes náuticos, completa uno de los destinos más apetecibles. Pero no solo en verano, todo el año la villa tiene un encanto absolutamente irresistible.
Entre los monumentos de su casco antiguo destaca la Torre de las Horas, de estructura circular y planta románica, último resto del antiguo castillo. No es el único, claro, hay infinidad de rincones con gran valor histórico y artístico, todo preservado con mucho empeño.
Tal vez te preguntes cómo es posible que haya llegado así a nuestros días. Se debe a la labor de un médico local que tomó la iniciativa de restaurarlo después de años de abandono. Afortunadamente para nosotros.
Un buen momento para visitar Pals es en junio, cuando tiene lugar la tradicional “Plantada del arroz”. Se puede ver cómo la población local planta el arroz a mano, encorvados y con los pies en el agua, usando el método tradicional. En octubre se recoge de la misma manera y después de ambos eventos, la fiesta gastronómica está asegurada. Para reponer fuerzas, claro.
Los campos de arroz pueden recorrerse a pie o en bicicleta por los muchos caminos que los atraviesan. O en un tren turístico, como te guste más, aunque yo prefiero la bici, más próxima a unas vacaciones relajadas y en contacto con la naturaleza.
Algo que disfrutamos mucho los que preferimos viajar con calma.
¿Qué tendrán los pueblos medievales bien conservados para atraernos tanto? Porque si lo miras bien, la mayoría de los más bonitos entran en esa categoría.
Creo sinceramente que la tranquilidad, el sosiego que transmiten, nos bajan inmediatamente las revoluciones y nos reconectan con nosotros mismos.
Rubielos de Mora, también conocido como el Pórtico de Aragón, es otro ejemplo de equilibrio entre tradición, cultura y patrimonio en clave medieval. Que plantea algunas preguntas interesantes. Como por ejemplo a qué se deben la riqueza y el tamaño de las casas solariegas, de hasta una manzana, en este rincón perdido de Teruel.
Pues resulta que los paraísos fiscales ya estaban de moda hace mil años. ¿Quién lo diría, no?
Cuando Pedro IV otorgó a Rubielos el título de villa, también le hizo un regalito: todo noble que viviera en ella estaba exento de pagar impuestos. Los avispados que llegaron de Cataluña, Navarra y el País Vasco levantaron semejantes palacios, suponemos que con lo que se ahorraron de pagar al fisco. En fin, nada nuevo bajo el sol, las islas Caimán de la época.
Una suerte para todos, incluidos nosotros que hoy podemos disfrutar de un pueblo encantador repleto de casas-monumentos que vale la pena conocer. Mezcladas con éstas, aparecen las viviendas de los artesanos, curiosamente identificadas por un objeto relacionado con la profesión de sus habitantes. Que la publicidad tampoco la inventamos anteayer.
Por supuesto, el callejeo es indispensable para ir descubriendo estas maravillas poco a poco, al estilo slow.
Con respecto a las actividades al aire libre, hay para elegir. Desde el esquí en invierno, hasta las rutas en BTT, pasando por la hípica y los paseos por el entorno montañoso.
La comida, contundente como corresponde a su situación geográfica. Judías estofadas, callos, perdices, patas de cerdo, sin olvidarnos de la estrella: el jamón de Teruel. Que ya se me está haciendo agua la boca.
Historia, curiosidades, buena pitanza, qué más podemos pedir?
Aunque estas diez ciudades sean las que representan en España al movimiento Cittaslow, hay muchas más que duermen escondidas por ahí. Encontrarlas es aprender a descubrir, disfrutar y descansar.
De esa manera entenderemos que viajar con calma nos aporta ese valor añadido y podremos recorrer menos para conocer más. Y así convertirnos en viajeros, que turistas ya tenemos demasiados.
Me llamo Cristian Goldberger y soy un viajero empedernido. Desde niño siempre he soñado con viajar y compartir mis experiencias con todo el mundo. Tras cursar una Licenciatura en Turismo, he viajado, vivido y trabajado a ambos lados del charco. Como guía oficial del Parque Nacional de Aigüestortes y Lago de San Mauricio tengo debilidad por las montañas y la naturaleza. ¿Si pudieras, te pasarías la vida viajando? Yo, desde luego que sí.
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